EL RESTO ES SILENCIO
A lo largo de su carrera Ronald realizó alrededor de 1.600 proyectos de diseño, unos 200 para el ámbito público. Las calles de la Argentina llevan su firma invisible: desde la mano amarilla en la parada de taxis hasta el botón rojo de los subtes. Un creador de símbolos visuales enamorado de la palabra. 32 Pies lo visitó en su estudio.
Revista 32 Pies.-Puerto de la Música.
Por Fernando Avilés / Fotos: Xavier Martín
No es Dios pero está en todos lados. Muy poca gente lo reconocería caminando por las calles, sin embargo, las calles tienen tanto de él. Y es que Ronald Shakespear, ese hombre de barba tupida, melena, pipa eterna y tiradores, es parte de la vida de millones de argentinos, incluso de muchísimas personas de otros países latinoamericanos. Aunque ninguno de ellos lo sepa, aprendieron a cruzar la calle junto a las señales que diseñó. Las clásicas columnas azules y blancas, indicativos del nombre de cada arteria vial y los de las líneas de colectivos, y la todavía más entrañable parada de taxis, con la simpática mano amarilla. Estos son sólo algunos de los objetos que hoy decoran el estudio que Ronald dirige junto a su hijo Juan en un moderno piso de Martínez, Buenos Aires. Allí dentro también convive parte de su vasta producción: grandes afiches y cartelería en tamaño real, sobre todo de emblemáticos logos de marcas nacionales e internacionales que integran el paisaje urbano de Argentina: Link, Banelco, Alto Palermo,Recoleta Mall,Subte,Banco Galicia, Harrods, Temaikén, Alto Rosario,Dot y Galerías Pacífico, por mencionar algunos, definen el “mundo Shakespear”.
En la charla, Ronald Shakespear parece más preocupado por las palabras que por las imágenes. “Yo vendo ideas. El diccionario de Oxford dice «Diseño: plan mental», nada que ver con dibujar. Y me parece que yo tenía ese concepto desde chico. Yo soy muy escuchador. Tenía un cadete, el Checho, que decía: «Usted tiene una oreja grande, don Rolan». Cuando trabajamos en la señalización del subterráneo de Buenos Aires, lo más importante que hicimos fue rescatar la palabra «Subte». El Checho decía: «Me tomo el sucte, Rolan». Los mejores diseñadores son los que tienen las orejas grandes”. Shakespear rememora otra experiencia similar cuando Boca Juniors lo contrató para rediseñar la marca. “Fui a una reunión de la Comisión Directiva. Les dije: «Está todo bien con el escudo, los colores, las estrellas, aunque hay que hacer una grilla para que se puedan agregar nuevas. Pero, ¿cómo grita la gente en la cancha? ¿CABJ? No, la gente le dice Boca o Boquita». Se los expliqué y me entendieron”.
Mientras responde a las preguntas, Ronald juega con tres pipas que tiene sobre la mesa. Toma una, la carga. Amaga con encenderla, pero la abandona nuevamente. Al rato retoma el juego hasta que al fin le da el chispazo y queda atrapado en un nubarrón ceniciento. Sus bocanadas son cortas pero relajadas. “Fumo desde hace cuarenta y pico de años, vivo con la pipa en la boca. Tengo 70 y soy diabético, entonces mi médico me dice que no puedo fumar. Me sacaron el alcohol, las medialunas, el huevo, la manteca, el jamón crudo. Me sacás todo, dejame la pipa, porque me matás”, se queja. Es que el tabaco es su compañero de rutina, uno de los estimulantes que lo acercan a los momentos de creación. Y esos momentos arrancan a las 4 de la mañana. “Me levanto temprano porque hay silencio. Tomo mi café, prendo la pipa, y viene mi perro, que es un ovejero que se sienta al lado mío y ya sabe que no tiene que hacer ruido. Y me pongo a escribir. Estoy terminando dos libros”, cuenta.
El vínculo de Ronald con las letras no es nuevo. De hecho, en sus inicios estuvo ligado con escritores y periodistas de la talla de Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Noé Jitrik y Rogelio García Lupo. Empezó su carrera a los 20 años como diseñador en una agencia de publicidad del grupo Siam. Allí conoció “al Paco”, como lo llama Ronald, y realizó trabajos que quedarían en la historia. Uno de ellos es el afiche de la versión televisiva de Hamlet (1964), protagonizada por Alfredo Alcón y dirigida por David Stivel, que más tarde fue premiado en la exposición “120 Carteles del Siglo XX”, en México, y que además forma parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. “Con Alfredo tengo una anécdota muy divertida. Todavía no nos conocíamos. Yo quería hacer el Hamlet Cristo. Entonces lo llamo por teléfono al ensayo. «Alfredo, habla Shakespear», digo. «¿Shakespeare? ¡Pero por qué no te vas al carajo!»”, recuerda con jocosidad, un humor que Ronald no pierde en toda la entrevista. “Después fueron los de la empresa, le explicaron y pidió disculpas. Es un tipo al que quiero mucho”.
Luego de la experiencia en el grupo Siam, Ronald empieza a diseñar tapas de libros para Jorge Álvarez, el emblemático productor editorial y discográfico que en los 60 y 70 sirvió de usina para hacer visible el trabajo de toda una generación de grandes escritores y músicos. “Era una peña clandestina, en realidad, con facha de librería. Ahí conocí a Rodolfo Walsh. Le hice las tapas de unos libros que le editaba Jorge Álvarez, y un afiche para una obra de teatro. Me gustaba hablar con él. Yo tenía una relación muy cercana con su hija Vicky, que quedó atrapada, pobrecita (murió en un enfrentamiento con militares)… Un día no lo vi más a Rodolfo… ” La voz de Ronald se va a apagando hasta que se esconde, y también sus ojos vidriosos se van apagando, pero están ahí todavía, como perdidos en esos años. “Fue terrible… Para quien no lo vivió parece solo una parte de la historia argentina, para el que estuvo metido ahí es parte del drama”. Silencio. Ronald repasa su mano sobre el pelo de la coronilla. Lo va aplastando contra un costado. Lo hace una y otra vez. Luego recarga la pipa, la enciende con breves y repetidas pitadas, y enseguida se pierde entre el humo.
Diseñando para Jorge Álvarez, Shakespear se fue armando una biblioteca. Además de cobrar, el contrato estipulaba que cada tapa que diseñaba, recibía a cambio diez libros de la editorial. En esa época también conoció a Pirí Lugones, hija y nieta de los Leopoldos, aunque con una militancia en las filas de la izquierda argentina que la puso en la vereda de enfrente de sus propios ancestros. “Era la cabeza de la editorial. Ella inventó el nombre Caras y Caritas para mi libro. Me consiguió las entrevistas con Borges, con Frondizi, Palito Ortega, el Mono Villegas, y otros más”. El libro contiene retratos de los iconos de los 60 que Ronald registró con su Leica F3,aquella de Robert Capa.
La fotografía aparece a lo largo de su carrera como una más de sus facetas profesionales. Y esta carrera se venía tejiendo desde que Ronald estaba en la escuela primaria. “Yo entré al diseño por papá. A él le gustaba mucho la fotografía y me regaló una Zeiss Ikon con fuelle. Un día me dijo «Vos tenés que estudiar esto porque es el futuro». Yo no sabía dibujar una manzana, eh. Hoy no sé dibujar una manzana. Yo garrapateo borradores…”, aclara, y se apura en insistir que el diseño no está en una computadora, sino en las ideas, y “la realidad es que toda la chatarra visual que vemos en la ciudad está hecha por gente que cree que las computadoras diseñan solas. Ésta ha sido la educación liberal”. Y si de educación se trata, Ronald no tiene tapujos en admitir que no terminó la secundaria. Sin embargo, cuando en 1985 la Universidad de Buenos Aires crea la carrera de Diseño Gráfico, Ronald es designado como titular de la cátedra Diseño, y como profesor seguiría hasta 1990. “Cuando me nombraron había que completar unas planillas con los antecedentes. Tenía que decir quién era, los premios, los estudios. Yo la firmé, puse mi nombre y la entregué en blanco. No tengo un solo título. Ahora, cuando me piden el currículum, pido que pongan «está vivo»”, bromea.
La obra gráfica de Shakespear trascendió de tal forma que fue expuesta en el Centre Georges Pompidou (París), en la Triennale ICCID (Milán), en la Universidad de Iteso (Guadalajara), en la Bienal del Cartel (Xalapa), y en muchos centros culturales de Argentina, como el Museo Nacional de Bellas Artes, el Teatro General San Martín, el Centro Recoleta, y el Centro Cultural Parque España, en Rosario. Pero a pesar de las carátulas artísticas que se le puedan conferir a su obra, él insiste en que el diseño está para hacerle la vida más fácil a la gente. “No sé muy bien qué es la belleza. Especular sobre esto es bastante difícil. Un diseño no se califica por su estética, sino por el resultado”, encuadra, aunque finalmente larga lo que tenía: “Belleza son los tres goles de Messi a Brasil”. Y lo dice como un apasionado del fútbol, pero también como leproso. “Yo soy un rosarino en el exilio”, repite Shakespear cada vez que tiene la oportunidad. Nació y vivió en Rosario hasta los cuatro años, cuando su familia se trasladó a Buenos Aires por motivos laborales. Recientemente, el Concejo Municipal lo distinguió por su trayectoria. A lo largo de su carrera realizó alrededor de 1.600 megas de diseño –algunos realizados junto a su ex socio Guillermo González Ruiz–, de los cuales unos 200 fueron para el ámbito público, creando sistemas de señalización, donde tiene puesto el mayor interés. “Me gusta más porque me siento útil. Saber que una viejita encontró la estación del subte y llegó a destino sana y salva”.
La voz de Ronald se siente cansina, el ritmo se adormece y las palabras se estiran. Los silencios cada vez son más prolongados. Confiesa que ya no es más el capitán del barco. “Soy grumete. Me dicen «Andá pa’ aquí», «Bueno, vamos». De vez en cuando me llaman y me dicen: «Che, viejo, vení que tenés que apoyar esto». Los clientes a veces me creen, a veces no. Pero hay chances de que escuchen a un viejo”, reflexiona. Y así el barco sigue navegando. Y el grumete arriba del mástil, con su propia identidad, sigue creando las identidades de otros, y para otros, sin que nadie lo vea. El resto es silencio.-
UN APELLIDO CON HISTORIA
¿Qué tiene en común Ronald Shakespear con el máximo exponente de la literatura inglesa, William Shakespeare? En principio nada. Por lo pronto, al apellido del diseñador le falta una e. Sin embargo, la ruta que trae a los ancestros de Ronald a la Argentina se remonta a Gran Bretaña. Talbot Powney Shakespear, bisabuelo de Ronald, nació en Irlanda en la primera mitad del siglo XIX. Luego de casarse con Francisca Carmen Navarcles, catalana, llegó a la Argentina en 1866 y se incorporó como jefe de estación en el ferrocarril de Rosario. Allí tuvo seis hijos: Edista, Carlos, Sofía, Valentín, Guillermo y Juan Antonio (abuelo de Ronald), quien a su vez tuvo, junto a Emilia Bessone, a Lorenzo, Alwin y Guillermo (padre). Por su parte, Sofía Shakespear, tía abuela de Ronald, se casó con Willoughby Nixon, un hombre que hizo historia en Argentina formando parte de la tripulación que trajo desde Holanda el Modesta Victoria, el primer buque en navegar desde el río Limay hasta el lago Nahuel Huapi.
EL PUERTO DE LA MÚSICA
“La niñita de la que habla Ken Robinson dibujaba solita al fondo de la clase. El maestro le pregunta: «¿Qué dibujás?» Y ella le responde: «Estoy dibujando a Dios». «¿Y cómo es Dios?» «Ahora lo vas a saber»”. Con estas palabras, Ronald Shakespear comienza a esgrimir su primera impresión sobre el Puerto de la Música. Luego concluye la anécdota: “La mejor manera de imaginar el futuro es diseñándolo”. Ronald es un gran conocedor de la obra de Oscar Niemeyer y un entusiasta del proyecto del Puerto de la Música. “Es un icono que dará hermosos frutos desde nuestro Paraná”, asegura el notable diseñador rosarino.
Fuente de información por:
www.webshakespear.com.ar + www.ronaldshakespear.com
Fuente original:
www.elpuertodelamusica.com.ar/revista-32pies/