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El primer día de clase un amigo mío que enseñaba fotografía mostraba a los estudiantes una foto de un gato y les preguntaba: “¿Qué es?” Todos respondían, un poco sorprendidos, “Un gato!” A lo que él siempre contestaba: “No. Es la foto de un gato.” Las fotos de Ronald son, antes que nada, fotos. Son fotos de la luz que cae sobre las cosas y que, de alguna manera, las descubre (y las cubre); directas, robustas, salvajes, más sombra que luz. Los personajes vienen después. Todas son un autorretrato, un retrato de la intensidad como tema fotográfico. De nuevo, puro Ronald: así es su conversación. Así es su lenguaje. Así son sus señales. Frontales, directas, sin vueltas ¿Por qué debería ser diferente su fotografía? ¿De donde surge? No pertenece a la ilustre tradición de la fotografía misma. ¿Avedon? Lo admira, pero no lo imita. ¿Cartier Bresson? La manera de enfrentar el sujeto sí, pero la forma de visualizarlo, no. ¿Robert Capa? ¿El fluir de los momentos, la intensidad cruda de sus fotos movidas de la invasión de Normandía?… Tal vez la imagen de Ronald viene más del cine: ¿Bergman? (Otro amante del medio que usaba), ¿o el mismo Orson Welles de su foto, con su lenguaje de contrapicadas y sus tonos contrastados?Decidido a hacer bien lo que hacía (como siempre), Ronald se compró una Hasselblad.
Era la época en que nos encantaba la calidad de superficie de los grises y los negros. El único laboratorio accesible capaz de hacer algo bueno en aquel momento, revelando los rollos con revelador de grano fino, era “Ellinger,” en Viamonte y Maipú, donde unos alemanes minuciosos hacían maravillas con películas de 35 mm. A uno se le hacía agua la boca con el formato 6×6. Monumental. La Hasselblad era el pasaporte a la foto profesional. Ni qué hablar cuando en 1969 fue a la Luna. Seguro que se vendieron muchas Hasselblad. Pero no aparecieron muchos Ronald Shakespear. Ronald, sin embargo, sacó muchas de sus fotos con una histórica Leica F3 -aquella de los espías- con la lente retráctil que permitía llevarla en el bolsillo de la chaqueta. También hay que pensar en los personajes que elegía para sus fotos: las fotos son fuertes, pero los personajes también. Era un momento heroico esos años ’60. No sé qué había en el ambiente ¿tal vez nuestra juventud?
Pero no, había algo más, algo que impulsaba a la gente en el mundo occidental a romper barreras, a hablar claro, a inventar la propia vida. Un poco como fueron los años ’20: y no como los ’30, ni los ’40, ni los ’50. Los ’60 fueron años de salir a explorar los límites de lo posible. Es en ese contexto explosivo del Pop, de los Hippies de San Francisco, de la moda de Mary Quant, de Carnaby Street, de La Menesunda, del Instituto Di Tella, que sale Ronald con su cámara a documentar el momento fugaz. Sus modelos no posan, pasan. Ni siquiera parecen notar la presencia del fotógrafo, que está ahí, con ojo caravaggiesco esperando el momento mágico en que la luz, la sombra y el personaje confluyan para potenciar la imagen. Eso es lo que tenemos el privilegio de ver hoy, de nuevo, gracias a esta nueva edición de Caras y Caritas: la vida, en toda su intensidad.
Por Jorge Frascara.